Mesa para dos
El siempre se sentaba en la mesita del fondo, al lado de las revistas y los periódicos. Solía venir a este café más o menos a la misma hora. En este local hacían el mejor café de la ciudad y el ambiente era agradable. Podía leer toda la prensa y ojear innumerables revistas.
Ella se sentaba en una mesita no muy lejos de la de él. Tenía aspecto de mujer culta y elegante. A ella también le gustaba leer la prensa del día mientras tomaba un café. Cuando se levantaba a por uno de los periódicos había veces que su mirada se cruzaba con la de él. En aquellas ocasiones se ofrecían una sonrisa a modo de saludo. Es como si se conocieran de toda la vida, aunque nunca hubiesen hablado. Casi siempre coincidían los dos a la misma hora, en las mismas mesas. Ninguno recordaba cuanto tiempo llevaban yendo a ese café, ni cuando descubrieron la presencia del otro.
Ella se levantó como solía hacer para buscar uno de los periódicos que estaban al lado de él. Se cruzaron las miradas como tantas veces, y como tantas otras veces se sonrieron amablemente. Esta vez ella tropezó y estuvo a punto de caer. El se levantó inmediatamente y se disculpó por la torpeza de haber dejado su nuevo bastón en un lugar tan inadecuado. Ella no recordaba haberle visto nunca con bastón, aunque desde hacía días le había parecido que cojeaba un poco. Aceptó sus disculpas y restó importancia al incidente. Se quedaron unos momentos mirándose sin decir nada, hasta que él, indeciso, le ofreció sentarse en su mesa. Ella sonrió y aceptó. Y tras un momento en el que no supieron que decir, él cogió sus manos y le confesó que hacía años que quería que algo así hubiera pasado.
Desde la barra yo les había estado observando, como solía hacer siempre. Uno de mis clientes se fijó en la pareja y me dijo son sorna:
-Mira esos viejos, ¡si parecen dos tortolitos!
Le contesté sin dejar de mirar a los ancianos:
- Son los clientes más antiguos que tengo. Llevan viniendo aquí desde que abrí el local hace años.
La pareja no dejaban de mirarse mientras hablaban de lo humano y lo divino. Recordé como casi todos los días venían a tomar café y se sentaban en las mismas mesas. A esas horas nunca hay mucha gente en el local y además yo siempre les había reservado secretamente las mismas mesas y había impedido que otros clientes se sentaran en ellas cuando alguno de los dos se retrasaba. A partir de ahora solo les reservaré una mesa.
El pagó las consumiciones y me dejó una buena propina. Se despidió de mi hasta mañana. Salieron del local agarrados del brazo y se alejaron lentamente, pues el cojeaba un poco y todavía no dominaba el bastón.
Ella se sentaba en una mesita no muy lejos de la de él. Tenía aspecto de mujer culta y elegante. A ella también le gustaba leer la prensa del día mientras tomaba un café. Cuando se levantaba a por uno de los periódicos había veces que su mirada se cruzaba con la de él. En aquellas ocasiones se ofrecían una sonrisa a modo de saludo. Es como si se conocieran de toda la vida, aunque nunca hubiesen hablado. Casi siempre coincidían los dos a la misma hora, en las mismas mesas. Ninguno recordaba cuanto tiempo llevaban yendo a ese café, ni cuando descubrieron la presencia del otro.
Ella se levantó como solía hacer para buscar uno de los periódicos que estaban al lado de él. Se cruzaron las miradas como tantas veces, y como tantas otras veces se sonrieron amablemente. Esta vez ella tropezó y estuvo a punto de caer. El se levantó inmediatamente y se disculpó por la torpeza de haber dejado su nuevo bastón en un lugar tan inadecuado. Ella no recordaba haberle visto nunca con bastón, aunque desde hacía días le había parecido que cojeaba un poco. Aceptó sus disculpas y restó importancia al incidente. Se quedaron unos momentos mirándose sin decir nada, hasta que él, indeciso, le ofreció sentarse en su mesa. Ella sonrió y aceptó. Y tras un momento en el que no supieron que decir, él cogió sus manos y le confesó que hacía años que quería que algo así hubiera pasado.
Desde la barra yo les había estado observando, como solía hacer siempre. Uno de mis clientes se fijó en la pareja y me dijo son sorna:
-Mira esos viejos, ¡si parecen dos tortolitos!
Le contesté sin dejar de mirar a los ancianos:
- Son los clientes más antiguos que tengo. Llevan viniendo aquí desde que abrí el local hace años.
La pareja no dejaban de mirarse mientras hablaban de lo humano y lo divino. Recordé como casi todos los días venían a tomar café y se sentaban en las mismas mesas. A esas horas nunca hay mucha gente en el local y además yo siempre les había reservado secretamente las mismas mesas y había impedido que otros clientes se sentaran en ellas cuando alguno de los dos se retrasaba. A partir de ahora solo les reservaré una mesa.
El pagó las consumiciones y me dejó una buena propina. Se despidió de mi hasta mañana. Salieron del local agarrados del brazo y se alejaron lentamente, pues el cojeaba un poco y todavía no dominaba el bastón.
9 comentarios
Brisa -
A un lado la sensibilidad y al otro la incompresión (por el comentario del otro cliente) como la vida misma.
Un beso y encantada de conocerte.
CaféBlog -
;-)
Marta -
* SaRa * -
CaféBlog -
SaRa, que lo hubiera querido borrar, no era por que tuviera o no tuviera comentarios. Ni por que alguien lo lea o no.
Es que soy un poco complicado... ¿será por eso que tengo un blog?
Ah, no, que tengo dos ;-))
Y si lo de visita inesperada era por ti, bueno, espero que ya dejen de ser inesperadas.
Saludos. Y gracias por los comentarios.
* SaRa * -
y aunque no los leyera nadie, siempre puede llegar una visita inesperada! ;)
Marta -
Café Blog -
Marta -
Y la de historias que pueden escribirse en un café, desde bellas historias de amor, con encuentros, juegos de miradas, y sonrisas cómplices, hasta relatos cotidianos. Historias escritas en servilletas, y encontradas detrás de una barra.
Me ha gustado la historia, si si.
Besos!