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Tierra

Tierra
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Tal vez en aquel verano en Santander empecé a dejar de ser un niño. Recuerdo los paseos con mi tío por la ciudad, recorriendo todas sus calles, descubriendo todos sus rincones. Tal vez sin que él se diera cuenta y sin que yo lo supiera entonces fue una de las personas que más me enseñó de la vida, de lo bueno y de lo malo.
Poeta de tabernas y amante de la vida, escribió a la vida, a sus recuerdos, al mar, a la tierra, y éste es un pequeño ejemplo que me trae sus recuerdos. Escribirlo le costó un disgusto, hubo quién no lo entendió. Y si simbólicamente el mar es vida, también es muerte, y no solo por que en el mueran los ríos. Siempre hay que mirar más allá de donde llega nuestra vista.


No me gustan los mares
el mar no me dice nada
¿Hablan del mar los que no saben
buscar pupilas al aire?

Sí. El aire es más que el mar
y la tierra más que el aire
La tierra se esta cansando
de soportar tantos mares

Carretas de la tierra al mar
-y la tierra silenciosa-
Prefiero una mota parda
que de los mares sus gotas

Mota mota, gota gota
prefiero la mota parda
que me tape el horizonte
donde mueren las gaviotas


Mar

Mar El mar de mis primeros recuerdos sabe a Santander. Conocí el mar allí con cuatro o cinco años. Mis siguientes y únicos encuentros con el mar fueron en esa misma ciudad, allí lo volví a ver, lo volví a oler, pero no fue hasta los doce años en que lo volví a saborear. Mis cortas visitas siempre fueron en invierno, un invierno más templado que el que dejaba en casa.

Aquel verano pasé un mes con mi familia, sin mis padres. Me sentí una persona adulta viajando solo, fue mi primera vez. Y al final del viaje, como siempre, después de contemplar las montañas y el verde, mis ojos buscaron el azul. Y esa vez con más ansiedad, por que sabía que iba a poder hacer realidad mi sueño de volver a bañarme en el mar.

Tardé varios días en convencer a mis primos, mayores que yo, para que me llevaran a la playa. Me decían que el tiempo no acompañaba. Una tarde por fin lo hicieron, pero no por que se apiadaran de mi, sino por que habían quedado con unas amigas. Ese verano empecé a comprender muchas cosas, y a dejar atrás otras.

Recuerdo haber recorrido todas las playas durante lo que a mi me pareció una eternidad, buscando a sus amigas. Yo miraba al mar y preguntaba: "¿ya?, ¿nos ponemos ahí?"
Y ellos decían: "no, espera a ver. Tenemos que encontrarlas"
Por fin dijeron: "Ahí están". Y ahí estaban ellas, en una sombra, algo alejadas de la orilla. A mi me dieron una colleja y me permitieron ir a bañarme. Salí corriendo y me fui quitando la ropa por el camino. Sin pensarlo me tire al agua, de ese mar con el que había soñado tantas veces.
Con la emoción y el ansia desbocada tragué agua por la boca y la nariz. Pero no fue eso lo que más me molestó. Fue el sabor del agua de mar. No reconocía su sabor, me desagradaba. Me desagradó tanto que salí inmediatamente del agua. Estaba acostumbrado al sabor del cloro de las piscinas y al agua "poco límpia" de mi río.
Volví cabizbajo a reencontrarme con mis primos y las chicas, recogiendo desconcertado la ropa que había dejado por el camino. Al verme volver me preguntaron extrañados si ya me había cansado tan pronto. Solo les dije: "sabe mal" y me miraron como quien mira a un bicho raro. Solo una de las chicas, acariciándome la cara, me dijo: "pobrecillo".
No sé por qué, pero me gustó la forma en que me lo dijo mientras me acariciaba. Me gustó casi tanto como su sonrisa.

En todo el mes que permanecí en Santander solo volví a bañarme otro día, justo al final de mis vacaciones. Una sonrisa y un pelo largo me acompañaron. El mar sabía de otra manera.


Helena

Helena La recuerdo como una chica dulce y bonita. Al menos a mi me lo parecía. Nos sentábamos en mesas separadas y no solíamos hablar mucho, pero era con la chica que más hablaba. Por aquel entonces el otro sexo no es que me interesara mucho, pero ella debía tener algo especial.

Un día me levanté decidido. No sé que me impulsó a hacerlo, pero lo hice. Me acerqué y le dije que tenía que preguntarle una cosa. Sin esperar respuesta le pregunté si quería casarse conmigo. Ella no se sorprendió, sonrió y me dijo que tenía que pensárselo. Yo volví a mi sitio, sonriente por que no me había dicho que no.

No recuerdo el momento en que me dio la respuesta definitiva. Evidentemente tuvo que ser un sí, ya que puedo recordar perfectamente los chismorreos y chascarrillos que sufrimos, y como durante un buen tiempo nos cantaban todos a coro:

-¡Helena y Miguel son novios! ¡Helena y Miguel son novios!-

Teníamos cinco años.


El sueño y su final - II -

El sueño y su final - II - El sueñó y su final - I -


Y yo sueño despierto en una pesadilla. No debía estar allí. ¿Lo estoy?

Si, lo estoy. No es un sueño, solo es una pesadilla. El coche dejó de ser peonza pero el mundo y mi cabeza siguieron girando durante un buen rato.
Una mano gira la llave y quita el contacto. Alguien había abierto la puerta y me pregunta. No respondo. Más voces interrogan y él que me preguntó les dice que esperen, que seguramente estoy bien pero aturdido.

Ya puedo hablar pero no quiero. No quiero hablar, no quiero estar allí. Sigo oyendo el ruido del golpe, está dentro de mi cabeza. Salgo obligado y alguien, después de comprobar que estoy bien, relativamente bien, se disculpa. No le comprendo. Me pide perdón por haber pasado por allí, por haberse cruzado en mi camino. Es el conductor del camión, el que ha embestido mi vehículo. Veo un camión cruzado en la carretera, no es un gran camión, pero sí lo suficiente para haber destrozado mi coche. El hombre habla sin parar. Está nervioso y se lamenta. No entiendo nada. Juraría que me había saltado un stop. El hombre me cuenta, contándoselo a sí mismo, que ese cruce es peligroso, que el nunca pasa por ahí por que lo sabe, por que le da miedo. Es un cruce sin visibilidad y el stop está mal colocado. Casi nadie lo ve, solo los que lo conocen. Pero hoy tenía prisa y por ese lado del pueblo se tarda menos. Maldita prisa dice él. Maldita prisa pienso yo. Últimamente voy corriendo a todos lados, por cualquier carretera. Más pronto o más tarde algo así tenía que pasar.

Alguien con voz imperativa pregunta. Le miro sin abrir del todo los ojos. Es un guardia civil con cara agriada que pregunta. A su lado hay otro, más joven. No les digo nada. No sé si no puedo o no quiero. Me vuelve a preguntar si estoy bien y asiento con la cabeza. Nos dice que mejor que vayamos al cuartelillo, que empieza haber demasiada gente y allí estaremos más tranquilos. Recojo la documentación y nos ponemos en marcha.

Miro mi coche. Tiene un golpe en el lateral izquierdo trasero. Esa parte ha quedado destrozada. La rueda está deshecha y el portón está abierto. Parece que el único herido ha sido él. Sangra gasoil. Me da pena. Es un coche alquilado, pero con él he recorrido cientos de kilómetros en las últimas semanas. Más de los que había hecho antes en toda mi vida.

Nos dirigimos al cuartelillo en procesión lastimera. El pobre camionero y mi pobre persona con la cabeza baja caminamos precedidos por el guardia joven que indica el camino. Unos pasos detrás el otro guardia, que no ha variado su cara de pocos amigos. Y todos somos seguidos por unos cuantos niños del pueblo y un par de viejos.

Empieza a llover. El cuartelillo está a las afueras del pueblo, no muy lejos del lugar del accidente. Es un lugar triste, tan triste como este día.

Continuará...


El sueño y su final - I -

El sueño y su final  - I - El cielo está gris. La tarde entristece por momentos mientras un coche vuela por carreteras secundarias. Ruge el motor y su conductor interroga el horizonte buscando un cartel que le indique su próximo destino. Sus ojos están atentos a la carretera pero su mente mira más lejos. Hoy no canta, hoy no se aburre. No hay tiempo. Es tarde, siempre es tarde.

Hace rato que acallé la radio. Necesitaba pensar, y el horizonte llano ayuda. ¿Merece la pena este trabajo?

Nada es eterno, y menos un pensamiento.

Un cambio de rasante imprevisto. Un cruce, un maldito cruce. Un muro a la izquierda. Un stop a la derecha. Un camión a la izquierda. Un instante para decidir... No hay tiempo. Frenar, seguir.

Un pie pisa el acelerador empujado por el deseo inconsciente de volar, de no estar allí. Es solo un instante.
Un ruido atronador lo envuelve todo. Un instante eterno... El coche gira. El mundo gira.

Y yo sueño despierto en una pesadilla. No debía estar allí. ¿Lo estoy?



Continúa: El sueño y su final - II -